El pensar no es un trabajo como cualquier otro. Es trabajo; pero, ante todo, se constituye en un compromiso con la ternura.
Únicamente mediante este compromiso, el pensar trasciende las limitaciones de la categoría moderna de “trabajo” y con su ancestral sacrificialismo, esto es, con su identificación “maldita” con una pérdida de la “gracia divina” y la consecuente expulsión del santuario negentrópico que puebla todos los mitos del “origen”.
Ninguna persona puede pensarlo “todo”, ni resolverlo “todo”. Por ello, el pensar es también un trabajo condenado a una gratificante intrascendencia, a una inevitable erótica de la falta, de la duda, del horizonte de lo posible, horizonte que sólo puede ser habitado por el futuro; y, por ende, habitado por los otros, por la comunidad, como característica intrínseca y definitoria de aquello que puede ser convocado como potencialmente “humano”.
El pensar constituye un proyecto colectivo, cuyo fin es habitar, también colectivamente y con plenitud, el tiempo y el mundo: la radicalidad del pensar siempre es un desplazamiento fuera de toda certeza, de toda respuesta, de toda cosa dicha bajo la impostura de aquello que se nombra “en última instancia”.
El pensar es humano. Como actividad humana, no puede ser más que falible: esta banalidad radical, nos convoca, sin embargo, a enfrentar los mitos y las fronteras; a derribar las palabras afirmadas con la dureza de lo innegable y a derribar los conceptos instituidos como "ley".
El pensar como actividad humana aparece, ante todo, actividad de-constructiva: gesto de burla contra las sombras, contra la dureza mitológica del poder devenido en ideología; risa que socava la falsa potencia de toda “verdad”. Porque la verdad, simplemente, no existe más que en la imaginación del siervo y en la estrategia de quien domina. Por ello, hay que dudar de todo lo que se dice acabado, cerrado, de toda “utopía de lo finito”.
Es en este sentido, que el pensar resulta radical. Porque va directo a las raíces y, desde ahí, muta infinitamente hacia todos los mundos posibles.
Hoy, más que nunca, la realidad nos solicita pensarla, derribarla, de-construirla, socavarla, desmadejarla, disolver su insensata transparencia; y escudriñar entre la maraña de las palabras, cual laberinto que nos confunde, lleno de luces y brillantes respuestas; para sembrar, entonces, nuevas semillas y soñar con nuevos jardines de flores y frutos siempre diversos e inciertos.
La realidad convoca, pero no sólo desde la “razón pura”; sino también, desde la ternura. La ternura es la inevitable convicción de que cuando se piensa, se piensa con las y los otros, en un dulce gesto de reconocimiento, que destruye las individualidades intactas y las fronteras de los cuerpos. Como tal, el pensar es, en palabras de Habermas, un acto comunicativo: a esto los antiguos lo llamaron ágape. Como ágape, todo acto de pensar porta la impronta de la solidaridad: sobre ésta última es que la vida futura se muestra históricamente posible.
© Maynor Antonio Mora (2011).
© Maynor Antonio Mora (2011).
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